La historia de Tentlan

  • Donde todo empieza


    Hace muchos miles de años, cuando el mundo occidental todavía estaba por desarrollarse, los mayas vivían su tiempo de oro.


    Un gran territorio, habitado por numerosas tribus y pueblos, se extendía desde la Selva Tropical en el norte hasta las Tierras Bajas en el sur, desde las Aguas Altas en el este y hasta la Cordillera en el oeste. Este territorio estaba dividido entre los reinos grandes y los pequeños, las ciudades-estados, las tribus asentadas y pueblos sin ningún hogar fijo, como los nómadas del norte.


    Uno de los imperios más poderosos de aquel tiempo era el imperio del Águila, cuya influencia abarcaba extensos territorios y albergaba miles de habitantes en sus asentamientos. Decían que el núcleo de esas tierras le pasó al primer soberano el poderoso dios Águila Ahau Koot, que le apareció como un águila gigante. Desde entonces el águila fue el símbolo y protector del imperio, y a cada soberano, al llegar al trono, le adjudicaban el título de "Emperador Águila".


    Nakumal


    Nakumal, la espléndida capital del imperio Águila, apenas tenía rivales: los espaciosos palacios de caliza blanca, las grandes pirámides y las anchas avenidas impresionaban tanto a los enemigos del imperio como a los propios súbditos del emperador. En el centro de la capital se encontraba el sagrado Templo del Sol, donde se guardaban la sabiduría y los conocimientos del imperio, recopilados a lo largo de muchas generaciones. A la entrada principal del templo se exponía una enorme estatua de oro en forma de águila, adornada con piedras de jade y turquesa, siempre vigilada por numerosos guardias a cualquier hora. Cuenta la leyenda que fue el primer rey el que mandó construir esa estatua, después de cerrar un pacto con el dios Águila Ahau Koot. Era una reliquia que simbolizaba dicho pacto y fortalecía la unión de las nueve tribus que le habían jurado lealtad al emperador Águila.


    Pero Nakumal no sólo se conocía por sus maravillas arquitectónicas. La capital del imperio Águila ofrecía a sus ciudadanos todo tipo de confortes para ayudar a soportar las agresivas temperaturas de los trópicos: desde el suministro de agua a través de los acueductos, jardines y parques que daban sombra al mediodía y tabernas siempre a rebosar, hasta los baños termales, construidos por la orden especial del emperador Ikal Koot IV.


    La capital albergaba además un mercado enorme, el más importante de todos los lugares del comercio conocidos desde las Aguas Altas hasta la Cordillera. Era ahí a donde llegaban los cargamentos de los comerciantes Pochteca, llevando mercancías exóticas de tierras lejanas; era ahí donde hacían sus negocios los mercaderes Poloms, especializándose en el comercio local. La variedad de la oferta no dejaría ningún deseo incumplido: las infinitas filas del mercado siempre se rompían de la recién cosecha de las panojas de maíz, de calabazas enormes, pápricas dulces, animales domésticos y plumas multicolores del pájaro quetzal, llevadas de las mesetas, y las perlas, piedras verdes de jade, adornos extravagantes de turquesa y cuchillos de obsidiana de las montañas. Las semillas de cacao eran el método de pago más popular entre los mercaderes y compradores: por ejemplo, una ama de casa bien versada en el regateo podría conseguir un pavo grande por unas 20 semillas o un conejo gordo por unas 10 semillas.


    Vecinos, envidiosos y enemigos


    Pero las riquezas y el bienestar siempre van acompañados de envidia y enemigos. Por ello, no es extraño que muchos mirasen con recelo hacia los graneros del imperio del Águila siempre a rebosar, sus tierras fecundas, sus palacios enormes y los tesoros incontables que guardaban en ellos. Los nómadas del norte, que nunca habían sido gente muy pacífica, han vuelto a atravesar las fronteras del imperio y molestar a la población local en las zonas fronterizas. Aún así, evitan por el momento las confrontaciones directas con el ejército imperial, sabiendo muy bien que no sería fácil ganarle al dueño de las pirámides más altas y las murallas más fuertes. Y el rumor sobre el pacto con el poderoso dios Ahau Koot ha llegado incluso hasta los oídos de los nómadas.


    Pero las disputas fronterizas no eran nada en comparación con el serio problema que les plantearía el archienemigo del imperio del Águila - la dinastía de los Balam del Valle de las Aguas Altas, conocida como el reino del Valle. El último rey de los Balam, el orgulloso y soberbio Wakatel Balam II, regía sobre enormes tierras conquistadas e incorporadas en el territorio del reino por sus antecesores, donde convivían muchos pueblos sometidos.


    Entre el imperio del Águila y el reino del Valle desde hace siglos siempre se llevaban guerras. Sin embargo, hasta entonces ninguno de los adversarios había llegado a derrotar completamente a otro y someterle a su merced. Hasta que hace unas lunas las tropas del emperador Águila gracias a una estupenda suerte capturaron al príncipe Chan Balam, el único hijo y heredero del rey del Valle. Con este capturado, le exigieron a Wakatel Balam II que se rindiera si quisiera ver a su hijo con vida. Le mandaron devolver al imperio del Águila y sus aliados las tierras conquistadas, junto con el botín que sus tropas habían saqueado, y encima un enorme rescate por la libertad del príncipe. Para humillar más aún a su archienemigo, el emperador Águila quería ver a Wakatel Balam II postrado en su corte, suplicándole en su propia persona por la vida de su hijo.


    Juramento de venganza de Wakatel Balam II


    Negociaciones acabadas, y el reino del Valle se obligó a mantener la tregua acordada por lo menos durante las siguientes 24 lunas. Pero el orgulloso Wakatel Balam II no pudo aceptar la derrota, y más aún la humillación a la que le habían sometido en la corte de los Águila. Y así, juró una venganza horrible, prometiendo por el honor de la dinastía de los Balam derrotar a su archienemigo y sus aliados. Juró que no descansaría hasta que la familia de Ikal Koot IV estuviera destruida, hasta que las sequías y plagas exterminasen sus tierras.


    ¿Pero cómo llevar a cabo esta terrible venganza? Wakatel Balam II ha aprendido su lección de la reciente derrota y sabía que no debería buscar el nuevo encuentro con el enemigo en una batalla a campo abierto. Por eso, después de que librasen a su hijo, envió a espías al imperio del Águila, mandándoles reportarle sobre las tropas imperiales y las defensas en los asentamientos fronterizos. Y decidió salir a la búsqueda de nuevos aliados que fueran astutos e insidiosos, y con su ayuda derrotar al imperio del Águila con trucos y brujería.


    Coyotes


    Para empezar, envió mensajeros a las tribus de los coyotes, que gozaban de mala fama en la selva por ser agresivos, feroces y salvajes. Los coyotes no construían ciudades, no alzaban pirámides de caliza blanca ni cultivaban la tierra. Lo único que les interesaba era llevar guerras, robar y destruir.


    También sabían los estrategas de Wakatel Balam II que los coyotes tenían una cuenta todavía no saldada con la familia del emperador Águila. En su momento, Ikal Koot IV rechazó con desprecio a Utiw Kabah, el jefe de los coyotes, al ofrecerse de marido para su hija, la bella princesa Itzamal. Por ese motivo estaban seguros los estrategas del Valle de que los coyotes aprovecharían cualquier oportunidad para vengarse de la familia del emperador Águila, especialmente si había algo de por medio para saquear o robar. Como recompensa por su apoyo en la guerra, a los coyotes les prometieron un cuarto del futuro botín y a la princesa Itzamal como un premio especial.


    Nahuales negros


    Aparte de conseguir el apoyo de los coyotes, Wakatel Balam II llegó a un acuerdo con los temidos magos, los nahuales negros, expertos en las artes de la magia negra. Estos nahuales eran capaces de enviar todo tipo de plagas a las tierras de sus enemigos. Además, sabían cambiar su aspecto adoptando cualquier forma física, sorprendiendo así al adversario inesperadamente. El precio de su ayuda no era poco, porque el rey del Valle tuvo que prometerles el Templo del Sol de los Águila para su saqueo exclusivo. Hace ya mucho tiempo que intentan, en vano, obtener el acceso a ese templo. No eran los tesoros del templo los que les interesaban; no, los nahuales estaban detrás de la sabiduría y los conocimientos del imperio del Águila guardados en el templo. Parecía que esta vez se les ofrecía una verdadera oportunidad para ganarse el acceso al templo.


    Ical Koot IV se entera de los planes de venganza


    A veces los errores, por pequeños que sean, se pagan con sangre. Esto ocurre muchas veces en el peligroso trabajo de los espías. Dos de ellos de las tropas del rey Wakatel Balam II, estando en la misión en el imperio del Águila, se acercaron demasiado a las bases militares del enemigo y fueron detenidos por los guardias. Después de averiguarse de su identidad, los llevaron directamente ante el propio emperador. Fue así como el emperador Águila se enteró de los planes de la venganza de su archienemigo: a pesar de la tregua, el rey del Valle estaba formando de nuevo sus tropas, prometiéndoles a sus nuevos aliados un extraordinario botín.


    En vano los espías intentaban ocultar el nombre del tercer aliado al cual el soberano del Valle había intentado ganar para su alianza. Cuando por fin empezaron a hablar, revelaron que Wakatel Balam II había enviado sus mensajeros a la Tierra de las Cuevas donde vivían los enanos-hechiceros, para convencerles a luchar a su lado en la gran batalla. Esos enanos eran muy temidos por tener capacidades de enviar todo tipo de enfermedades físicas y mentales a sus enemigos. Pero los espían no sabían decir a ciencia cierta si los enanos habían aceptado la oferta o no.


    Con mucha preocupación, el emperador Ikal Koot IV escuchó el reporte de los espías; ya estaba claro que la tregua no duraría mucho. Lo peor era que nadie del corte imperial tenía alguna idea de cómo luchar contra los formidables aliados del reino del Valle, porque ni las tácticas de guerra tradicionales ni las armas convencionales les servirían para combatir a semejantes criaturas. Magia negra, trucos y hechicería eran sus armas. La situación iba agravándose por el hecho de que nadie sabía qué aspecto tomaría el enemigo y qué tipo de trucos aplicaría.


    Si quieres la paz, prepárate para la guerra


    Mientras tanto, el enemigo no perdía tiempo: poco a poco, iba sometiendo a las ciudades más pequeñas y menos fieles del reino del Valle para no tener que enfrentarse a una posible resistencia cuando empiece su gran campaña contra el imperio del Águila. Aunque estaba lejos aún y todavía no preparado para la gran batalla, la guerra se sentía ya en el aire...


    El imperio del Aguila también empezó a prepararse, tomando el curso hacia la guerra: se fortificaron las murallas en las áreas fronterizas, se triplicaron los guardias en las fronteras y se instalaron torres de vigilancia para poder avistar a tiempo las tropas del enemigo. Con mucha impaciencia estaban esperando de vuelta a los comerciantes Pochteca, cuyos cargamentos deberían llevar las reservas de alimentos desde las tierras sureñas para el caso de un asedio.


    Y por fin los Pochteca volvieron, pero llegaron con las manos vacías... Gesticulando y hablando todos a la vez, por fin contaron de la gran desgracia de las tribus sureñas. El imperio del Águila siempre llevaba comercio con las tribus del sur, especialmente con las de las Tierras Bajas, intercambiando las pieles de animales y armas por maíz, cacao y páprikas dulces. Pero este año una sequía terrible ha afectado sus tierras, y todas las cosechas se han perdido.


    Desgracia de las tribus del sur


    Todo eso empezó así: el jefe de una tribu del sur se negó a pagar un aumento del tributo a Chan Balam, el príncipe del reino del Valle. Su padre le había enviado a las provincias sureñas tributarias en el reino del Valle que tenían fronteras con las Tierras Bajas, aún independientes. Al llegar, Chan Balam debería provocar descontento entre la población local y crear un motivo para un ataque a todas las tribus sureñas. La estrategia era simple: cortar el camino por donde solían pasar los cargamentos desde el sur al imperio del Águila, para dejar al archienemigo sin reservas de alimentos.


    Al enfrentarse Chan Balam con la resistencia, pidió inmediatamente el apoyo a los nahuales negros. Estos enviaron una sequía a las tierras de los rebeldes, que empezó a extenderse a todas las tierras sureñas. El agua en los canales y los lagos se secó, las cosechas se murieron, los habitantes empezaron a pasar hambre... Al cabo de poco tiempo, a Chan Balam no le costó mucho combatir a las tropas rebeldes hambrientas, atravesar la frontera con las Tierras Bajas y quemar su capital Uxabé. Aquellos que llegaron a escapar, huyeron hacia el sur, hasta donde el enemigo no había llegado aún. Pero aún estando allí no se sentían seguros; sabían que el enemigo podría movilizar sus tropas en cualquier momento. Así, tomaron la decisión de ocultarse en las montañas, que era la única región a salvo del alcance de los poderes de los nahuales negros. Se habían puesto ya en marcha, dejando casi todas sus posesiones atrás, para poder moverse más rápido. Mientras, la jungla empezó a tragar los poblados abandonados...


    Después de enterarse de estas desgracias, el emperador Ikal Koot IV perdió completamente el sueño. Nadie esperaba que los poderes de los nahuales pudieran tener las consecuencias tan terribles. Desde entonces, los rumores sobre la guerra inminente empezaron a extenderse muy rápido. No pasaba ni un sólo día que no trajera nuevos reportes sobre la malicia de los nahuales. Y fue entonces cuando Ikal Koot IV se acordó de las nueve tribus que hace muchas generaciones le habían jurado lealtad al primer emperador Águila, y se decidió a pedir su ayuda.


    Advertencia de los Atlantes


    A la hora acordada, los jefes de las nueve tribus aparecieron en la corte de los Águila. Con mucho honor les invitaron en el palacio del Consejo de las Tribus, donde abundantes alimentos y bebidas les estaban esperando. Apenas acababan de tocarlos cuando anunciaron la llegada de alguien que insistía que le llevasen ante el mismo emperador y sus huéspedes. El recién llegado era un Atlante.


    Muchos han escuchado de la existencia de los Atlantes, pero hasta aquel momento nadie se había encontrado con ellos en persona. Se decía que los Atlantes eran descendientes de guerreros de una tierra perdida, y que de ellos heredaron las artes de la guerra milenarias que hoy apenas se conocen. Sólo ellos podrían enfrentarse contra los nahuales negros, porque también dominaban las artes de la magia, con la diferencia de que no utilizaban sus poderes con fines maliciosos. Eran también capaces de comunicarse a distancia uno con otro, escuchar y precisamente localizar a su enemigo a la redonda de unos pueblos, y sabían atacar a distancia. Sin embargo, preferían no usar sus poderes excepcionales ni participar en ningunos conflictos, porque se veían neutrales y encargados de mantener el equilibrio. Solamente en casos de emergencia, cuando había un peligro real de que el equilibrio se rompiera irreparablemente, intervendrían para ayudar a restablecer el balance.


    Aquella emergencia, sin embargo, había llegado. El enviado de los Atlantes les informó al emperador Águila y sus huéspedes de una antigua profecía que parecía ser inminente, una profecía hablaba de terribles plagas y catástrofes desastrosas cuando el equilibrio de la naturaleza quedase roto. El tiempo se pararía y el sol finalmente se extinguiría. Y entonces la eterna oscuridad cubriría todo ser vivo.


    La catástrofe se acerca


    La aparición del Atlante fue una inequívoca señal que la catástrofe ya estaba cerca. Los Atlantes querían advertirles al emperador Águila y a las nueve tribus sobre las consecuencias, porque la guerra con la participación de los nahuales negros y el peligro del saqueo del sagrado Templo del Sol romperían el equilibrio para siempre.


    Por su parte, los nahuales negros se negaron a escuchar a los Atlantes, a los cuales habían enviado a otro mensajero suyo: parecía que la oportunidad de obtener el acceso al Templo del Sol les hizo olvidar que no deberían de tomar partido y utilizar sus poderes para el beneficio de ningún bando. Fue por eso que los Atlantes se vieron obligados a intervenir para mitigar el impacto de la catástrofe, porque prevenirla ya estaría fuera de su control. Demasiado lejos se habían ido ambos bandos preparándose para la guerra, demasiada humillación tenía que tragar el rey del Valle de las Aguas Altas, demasiado avaros se volvieron los coyotes para poder escuchar la voz de la razón...


    Lucha de los gigantes


    Y la catástrofe estalló como los Atlantes habían predicho: dirigidos por emociones y malicia, ambos bandos arremetieron uno contra otro, sin contar las bajas, sin merced ni piedad, luchando por todo o nada. Mientras que ambos gigantes combatían, las tribus que estaban en el radio del conflicto empezaron a pasar hambre y perecer por epidemias. Muchos se vieron obligados a unirse a uno de los bandos por miedo de acabar aplastados por los gigantes. Aquellos que podían huyeron hacia la Cordillera, donde se juntaron a los sobrevivientes de las tribus del sur.


    Los enanos de las Cuevas finalmente rechazaron la oferta del rey del Valle y se mantuvieron neutrales, prefiriendo no meterse en los asuntos de los humanos, mientras que los Atlantes, después de una lucha continua, llegaron a vencer a los nahuales negros. Pero muchos desastres habían causado ya los nahuales: sequías, peste, mosquitos y ranas amarillas venenosas entre otros habían exterminado ya la vida en muchos poblados y aniquilado regiones enteras. Como castigo por su malicia, los atlantes relegaron a los nahuales al inframundo Xibalbá, donde deberían estar hasta hoy, pagando por sus pecados.


    El resultado de la gran batalla fue desolador: ninguno de los dos bandos llegó a salir ganador, porque había incontables pérdidas y bajas en ambos bandos. Al final de la guerra, los adversarios ya no estaban en posición de gobernar las tierras anteriormente conquistadas y anexadas. Ambos reinos acabaron perdiendo sus colonias y se desintegraron políticamente. De sus ruinas, surgieron múltiples ciudades-estados que iban formándose conforme el humo se disipaba. Los protagonistas principales, los grandes soberanos de ambos imperios, desaparecieron sin dejar rastro. Unos decían que se mataron el uno a otro; otros creían que fueron relegados a Xibalbá junto con los nahuales negros.


    Pérdida de la estatua de águila


    En las luchas callejeras de Nakumal, la que antes fue la bella capital del imperio del Águila, se perdió la estatua dorada del Águila, el protector del imperio. Se dice que cuando dicha estatua abandonó su sitio en la entrada al Templo del Sol, la oscuridad cubrió por un momento todas las tierras de los Águila, señal inequívoca de que el dios Águila Ahau Koot le había quitado al imperio su protección. Algunos les echaban la culpa a los nahuales por la pérdida de la estatua, pero nadie sabía a ciencia cierta si de verdad eran ellos responsables del robo. Los sabios del imperio dicen que hasta que la estatua no vuelva a su lugar, el imperio del Águila, condenado a desintegración, no llegaría a recuperar su poder, sus territorios, sus riquezas y su bienestar.


    Las tribus que formaban parte de imperio empezaron a definir de nuevo las fronteras alrededor de sus territorios. Claro que volvieron a discutir acerca de las fronteras de cada tribu, pero nadie de ellos era lo suficiente fuerte para consolidar las tierras y unir las tribus reñidas bajo su liderato.


    Los restos de las tribus del sur, los cuales estaban esperando junto con otras víctimas de la guerra el final de todo en la Cordillera, volvieron a sus tierras y empezaron a reconstruir sus ciudades y poblados en ruinas.


    ¿Hay un futuro?


    Estos acontecimientos nos enseñan lo que ocurre al romper las reglas del equilibrio de nuestro mundo. Aunque los Atlantes llegaron a parar el cumplimiento de la antigua profecía, el equilibrio estaba perdido. La desintegración y parcelación de los imperios, el hambre y la destrucción han causado disturbios y caos a lo largo y ancho de muchas regiones. Por ello, el peligro de que el caos actual pueda desencadenar en que la profecía finalmente se cumpla todavía existe.


    El destino necesita una mano fuerte que ponga fin al caos, restablezca el orden y salve los habitantes de la hambruna. ¡No dejes al caos tomar el control! ¡Busca fuertes aliados y forma un gran imperio para unir a las tribus y salvar la tierra de la extinción del Sol!